L. Feher – Spanish

Oktober 24, 2017 by admin Uncategorized 0 comments

LÁSZLÓ FÉHER: LA INTENSIDAD DEL INSTANTE

La influencia mutua entre fotografía y pintura moderna es fundamental en el desarrollo de estas dos expresiones artísticas. En el momento de la invención de la fotografía, la pintura empezó a interesarse por recrear el “instante” que le permitía una toma fotográfica previa. Así mismo se atrevía con innovadoras composiciones construidas a partir de un punto de vista descentralizado, como vistas desde un caprichoso encuadre fotográfico.

Muchos fotógrafos, por su parte, con el afán de hacerse considerar como artistas, trataron de reproducir valores pictóricos en sus fotografías: usando los medios químicos adecuados y desenfocando los objetivos de sus cámaras creaban texturas parecidas a veladuras pictóricas con resultados realmente innovadores. En este momento se hicieron también populares las fotografías de naturalezas muertas que pretendían reproducir la disposición de objetos típica de estas composiciones, antes repetidas y miles de veces copiadas por la pintura académica.

Todo esto ya es historia y en la producción artística de hoy, pintura y fotografía, además de la influencia mutua, forman una especie de híbrido que incorpora sin complejos tanto las nuevas técnicas que han ido apareciendo (cine, video, tecnología digital) como las estructuras narrativas derivadas de éstas (publicidad, comics, clips musicales).

La relación entre el lenguaje de la fotografía y el de la pintura en la obra de LászlóFéher es un claro ejemplo de cómo la función de ambos lenguajes está hoy completamente reconsiderada.

La obra de László Féher (Székesfehérvár, Hungría, 1955) empezó a conocerse a mediados de los años setenta y, dado el carácter narrativo de sus pinturas y el contexto histórico del momento, se la relacionó entonces con el Hiperrealismo. Pronto sus pinturas empezaron a reducirse mayormente al blanco, negro y gris, como viejas imágenes fotográficas. Eran retratos dibujados con frágiles contornos, casi transparentes, sobre fondos vacíos junto a algún elemento de identificación espacial: sólidas columnas, grandes estatuas, escalinatas, verandas… Figuras protagonistas de narraciones insignificantes al lado de grandilocuentes monumentos, como si el peso de la historia las hubiera reducido.

En muchas de estas primeras pinturas se reconocen fragmentos de la ciudad de Budapest de los años 50, una realidad un tanto gris, de una belleza triste, con personajes que parecen resignados al destino histórico que se les ha asignado. Las representaciones exactas del Hiperrealismo iban a resultar un tanto frías y distantes al lado de las nostálgicas imágenes de László Fehér.

Las frecuentes referencias biográficas y históricas (el retrato en las puertas del gueto de Budapest, la figura en la ciudadela a los pies de la simbólica estatua del SzabadSágzobor, el niño rezando en la sinagoga) nos revelan el origen de muchas de estas imágenes, inspiradas en viejas fotos familiares. Escenas de momentos vividos en el pasado que, con el paso del tiempo, se siguen recordando. Son como aquellos momentos de nuestras vidas que tenemos la capacidad de recordar con claridad aunque sólo podemos describirlos por un par de detalles concretos que han quedado en nuestra memoria, por encima de otros muchos detalles que, sin saber el porqué, han caído en el olvido. Nuestra memoria, como nuestros recuerdos, es siempre selectiva.

La asociación fotografía-pintura ha cambiado notablemente en los últimos tiempos tanto en las posibilidades que ofrece tecnología digital como, en este caso también, en la percepción del artista de su entorno. Ahora los personajes en la obra de Fehér (su mujer, sus hijos, él mismo) no parecen parte de su pasado, sino que son reales, están aquí, más cerca del espectador. A veces, parecen sorprendidos repentinamente por la cámara, otras parecen saber dónde está, la miran desafiante y coquetean con ella. En ocasiones, como si el objetivo de la cámara se hubiera acercado hasta sólo algunos centímetros, aparece una visión de proporciones insólitas: una mejilla y el ojo vistos desde el reflejo de la ventanilla de un coche, la visión deformada de un rostro desde el otro lado de un vaso de cristal o iluminado por la luz de una linterna. Siempre escenas familiares en situaciones banales (en casa, en el coche), imágenes normales tomadas por una sencilla cámara digital. Las figuras siguen aisladas del entorno, sólo un mueble o el fragmento de un objeto sobre un fondo monocromo, como queriendo resaltar lo esencial por encima de los detalles que no lo son. El artista, usando fotografía y pintura de forma complementaria, continua recreándose, a través del retrato documentado objetivamente, en la capacidad selectiva de la mirada, en la representación subjetiva de su realidad. Ahora ya no son imágenes nostálgicas del pasado aunque siguen siendo enormemente entrañables y, a pesar de la banalidad de la situación, nos revelan la emoción de un momento vivido. Y nosotros, como receptores de estas imágenes, tomamos conciencia de estos momentos y situaciones que resultan trascendentales en nuestra experiencia y dan un sentido a nuestra realidad. Un momento dado, una situación, una persona….Los actos, la gente querida que nos rodea, los momentos que por ordinarios que sean, dan un sentido irrepetible a nuestras vidas y nos recuerdan así mismo, el paso inexorable del tiempo, la fugacidad de nuestra existencia.

(Lápiz n° 252, Abril 2009)

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